viernes, 27 de noviembre de 2009

Ana María, los cambios de rol (análisis del Cuento Ana María de José Donso)


            El cuento Ana María es un claro ejemplo de cómo los seres humanos acostumbramos a asignar roles específicos a las personas, según la función que cumplan, y de cómo impacta cuando el rol que por una cuestión consensuada hemos decidido socialmente, se rompe, llegando irrevocablemente al caos y a una posterior destrucción. Un sistema tan intrincado como el social se destruye si los componentes, en este caso, las personas, no cumplen su rol correspondiente. Éste es el caso de Ana María.

            Primero tenemos el surgimiento de una extraña relación que poco a poco se va dando entre un viejo y una niña de apenas tres años de edad. En esta relación se pone en juego una mezcla de sentimientos que bien podríamos catalogar de pederastia  por parte del viejo hacia la pequeña Ana María. Luego, tenemos la relación entre este hombre mayor y su mujer, con la cual a penas intercambia palabras sin mayor significado y que solo rayan en lo cotidiano, donde no se aprecia ni una solo chispa de afecto en ambos. En el mundo de la niña, tenemos la relación entre ella y sus padres, con un evidente desinterés y abandono por parte de ellos y, por último, la relación entre estos dos adultos, que a medida que va avanzando la historia, observamos cómo está sumergida en un abismo de tedio y pasión vacíos, incapaces de trascender en ello.

            La relación central de la obra se configura de manera extraña, en ella convergen la ternura, la compasión, la consolación, el pudor y la obsesión en almas abandonadas. El “viejo” –como se le denomina en la obra-  es hombre ya cansado de la vida y de su vida en particular. Comparte el lecho con una mujer que se caracteriza por ser agria, silenciosa y mal humorada. Él se compadece de la niña a la que ve abandonada en un tremendo jardín donde acostumbraba a descansar luego de trabajar. La compasión lo impacta; se refiere a la niña como “pobrecita” y es este sentimiento el que lo persigue y lo lleva a cometer el error de referírsela a su mujer utilizando, además del lastimoso diminutivo (“pobrecita”), palabras que hacían referencia a la hermosura de la niña: “era rubiecita”. Así, vemos que al viejo lo engancha la compasión, pero luego, por curiosidad –pensar porqué una pequeña tan tierna está sola en un jardín tan grande- se va obsesionando con la imagen de la niña tan bonita y tan coqueta (puerilmente) que lo busca y espera.

            José Donoso logra producir sentimientos encontrados en sus lectores, cuando estamos ante la presencia de este fenómeno. Nos confundimos, no sabemos exactamente si el hombre sí se siente atraído hacia la niña y a esa consolación que implícitamente ella le ofrece, o si simplemente, hay compasión por el abandono en el que ésta se encuentra. Literariamente, ésa es una de las características que van a determinar al cuento. Es un fenómeno que queda abierto a la interpretación que se quiera hacer de la relación. Lo que sí puede desprenderse de este acontecimiento es el hecho de cambiar los roles personales y la posterior confusión que esto conlleva. Sabemos que el rol entre un hombre mayor y  una niña de apenas tres años, sólo podría ser el equivalente al de un abuelo y su nieta. Sin embargo,  en el cuento vemos que esto no sucede. No se aprecia una compasión semejante a la de un abuelo al ver su nieta sola, y es que el hombre tampoco tiene hijos y menos nietos con lo que asimilar a la niña. La única compañía que conoce es la de sus compañeros de trabajo, viejos igual que él, y la de su mujer, que prácticamente, no le habla.

            Nada hay que nos haga pensar derechamente que el anciano es un pederasta. Sólo el autor nos sugiere algo cuando nos menciona el pudor que siente el anciano cuando sus compañeros de trabajo lo molestan con la pequeña. Se sonroja y sabe que efectivamente su mujer podría sentir celos. No obstante, sigue buscando a la pequeña, comparte el ritual de la cena con ella. Ana María lo espera, fielmente, todos los días a la misma hora. Todo esto, sin decir nada a su mujer, como si, al parecer, sintiera culpa por hacer lo que hace. Le miente a su esposa y llegado a un punto, sólo piensa en la pobre niña, sola en el jardín, esperándolo.

            Por otra parte, tenemos a la mayor víctima de este desorden y cambio de roles, la niña. Una muchachita desamparada por sus padres. A penas sí come; deambula sola por su jardín, pues son sus propios padres los que la ahuyentan al patio para así poder enredarse tranquilos y sin su interrupción en sus ejercicios amatorios, De la niña conocemos que apenas habla y que improvisa objetos de su madre para convertirlos en juguete, en especial una cartera.  La “cateda” y unos tacones, símbolos de la mujer adulta y objetos con los que las niñas suelen jugar cuando interpretan el papel de mujeres “grandes”. Precisamente, vemos en este juego el desvirtuado rol que la pequeña adopta, inocentemente, al no tener más modelos femeninos que el de una madre que la corretea para que “no moleste”. Tacones y cartera es lo que la niña ve que usan las mujeres adultas y es con éstos puestos, con los que se va a emprender una vida destinada a la destrucción bajo el resguardo de un anciano ya próximo a la muerte.

            Al ser una pequeña, vemos que su comportamiento aún no alcanza discernimiento, por lo tanto, no hay una intención perversa que pueda asignársele. Ella apenas sí percibe, instintivamente, el cariño o el rechazo que puedan profesarle los adultos. Un evidente ejemplo es el desprecio que ella misma manifiesta hacia la mujer del anciano cuando ésta le ofrece dulces. La niña aún no entiende cuestiones valóricas o morales, pero sí es capaz de distinguir entre las personas que la quieren y las que la aborrecen. Es el caso de la mujer, que la odiaba. También tenemos el momento en que le muerde la oreja a su madre, cuando, desesperada la llena de besos y, al ver que su madre la rechaza, la hiere. Asimismo, Ana María opta por acercarse al hombre, pues en él percibe una compasión sincera y una posterior estima. Lo espera y comparte con él sin ningún miedo. Manifestaciones claras de estas diferentes respuestas a los acercamientos de otros son sus balbucientes y pueriles palabras como: “mala” para su madre y la mujer del hombre o, en el caso del anciano, “mi amó” y “dindo”, respectivamente. La pequeña sólo distingue ingenuamente, entre quienes la quieren y quiénes no, independiente de los motivos, pues estos no los entiende. Esto la libera de cualquier responsabilidad en su decisión de abandonar a sus padres. 
           


            La mujer del anciano es un caso un tanto cerrado, sólo sabemos que es una mujer a la que ni las vecinas se acercan, debido a su mal humor. Con este hombre mayor sostenía una relación que cada vez más, caía en el abismo profundo de la soledad. Sólo sobrevivían juntos, pero no compartían la vida. Así, vemos que la mujer, junto con el hombre, no desempeña el rol correspondiente de acompañante y amante de su marido; ella no habla y su silencio incluso toma cuerpo y pesa a medida que va pasando el tiempo. Es una mujer que cuando ya ve que todo lo que precariamente había construido con su marido está perdido, intenta salvarlo acudiendo a la muchachita que, como dijimos, la rechaza al percibir que no hay una intención limpia en el actuar de la mujer. Finalmente, se queda sola y opta por abandonar antes de ser abandonada por su marido. Se va a trabajar puertas adentro para una familia ajena. Al parecer, paga por el abandono que ella misma hizo a su marido, quien ya anciano y con los pocos años que le quedan de vida, no siente nada por ella y es capaz de dejarla por la compañía de una niña.

            También aparece el abandono en el caso de los padres de Ana María como consecuencia, a su vez, de otro mal desempeño de roles. Como sabemos, en toda cultura son los padres los encargados de velar por el bienestar de sus hijos, al menos durante su infancia. Los padres de Ana María no cumplen este rol; son una pareja despreocupada por la pequeña, perezosos producto del cansancio que les genera el no hacer nada más que fornicar, comer, cuando se puede, y dormir. Ni el padre, ni la madre son capaces de mantener el hogar en las condiciones aptas para su hija. Esto no les preocupa. La madre no cocina, ni menos lava platos, acumulando suciedad por todos lados; el padre apenas lee chistes de una revista, sin siquiera prestar atención a lo que le pueda decir su mujer. Vemos en ella a una anti-madre, capaz de sentir asco por las caricias que su propia hija desesperada, le ofrece. También un anti-padre, al que ni siquiera le preocupa que su hija coma, con tal de comer él primero. Ambos se refieren a la niña sin la más mínima manifestación de cariño; tanto es el desapego que, llegado un momento, parece ser que estos no fueran sus padres. Se hace patente aquí una crítica a los adultos y la paternidad irresponsable, así como también a la pereza que ambos presentan  ante cualquier acción que no sea la de enredarse en la cama sucia. 

            En suma, este cuento, si bien nos proporciona la duda y la libertad de interpretación del abandono que Ana María y el anciano hacen a sus cercanos, también hace duras críticas a las conductas humanas tales como el abandono (en múltiples sentidos), el desapego, la irresponsabilidad y la despreocupación en oposición a la compasión que puede generarse en personas carentes de afecto, víctimas del desamparo. Nos sugiere, aunque suene un tanto cliché, que los seres humanos necesitamos afecto y cuidado y que toda relación debe cultivarse e implica un trabajo. El autor se sirve del mal desempeño de roles para dar cuenta de situaciones, que si bien son ficticias, no están lejos de efectuarse en el plano real.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Joven de 23 años con problemas de proyección!!!


Aunque suene tan trillado y tan poco profundo debido a su repetición constante...me pregunto: ¿Cuál es el sentido de la vida? Por ahí tuve la oportunidad de leer respuestas de adolescentes que me decían, simplemente, que eso es algo personal y les encuentro toda la razón. Ahora bien, ¿Cuál es el propio? Yo creo que me adhiero al colectivo: ser feliz, pero me separo de éste en el cómo. Muchos creemos que con la verdad se llega a la felicidad, pero a veces, parece un camino errado, a veces, se suele creer que con la superficialidad, pero creo que eso deja un vacío interno...el dinero, lo mismo: vacío...Ser conforme? Mediocre. Y entonces qué? Personalmente, creo que una de las herraientas con las que se puede conseguir ser feliz es tratando de empequeñecernos, tomar conciencia de lo nada que somos en medio del vasto universo y agradecer a la vida la oportunidad de vivirla.

Creo que otro de los motivos con los que se puede buscar la felicidad es hacer lo que uno quiere, es decir, gusta, y mezclarlo con el "debe", siempre y cuando estemos de acuerdo en ambos. En el cuento del "quiere" entra otro punto importante, el conocerse. "Conócete a ti mismo"; aspecto que le otroga sentido a la vida. ¿Cómo nos podemos conocer? Gran tarea y de la que nos demoramos toda la vida también... Haciendo lo que uno gusta; sirve como respuesta.

Ahora que estoy pasando por una etapa difícil, lo pienso...Inevitablemente, llego a este punto...Después de estar saliendo de la universidad me doy cuenta de lo tremendo que es proyectarse con lo que uno estudió...peor cuando uno se da cuenta de que la cosa no es como uno se la imaginaba y que además, existe una inversión de tiempo, dinero y espectativas engendradas en uno que cuesta echar por la borda...

Veo a los jóvenes recien salidos del colegio, en 1er año de universidad y pienso en mí... es otra cosa estar del otro lado de la vida: las decisiones, las obligaciones, las proyeccciones, las espectativas, los deseos y esperanzas, la maternidad, el amor, la juventud, pero también la adultez... un nuevo mundo que retuerce la vida de cualquier joven.

Hoy leía en un diario que nosotros estamos acostumbrados a catalogar y catalogarnos según lo que hagamos, o a lo que nos dediquemos, en qué trabajemos... Creo que así elegí mi carrera un poco y ahora pienso que estaba equivocada en la forma de elegir (no en lo elegido, por suerte). Uno no es lo que hace, sino lo que le gusta hacer...y creo que uno es feliz haciendo lo que le gusta. ¿Qué nos gusta? Nuevamente: "conócete a tu mismo". ¿Hay posibilidad? Informarse, probar, imaginar y proyectarse. ¿me veo en esto toda mi vida? ¿me sentiré feliz haciéndolo? Preguntas que todavía no termino que responderme...

domingo, 25 de mayo de 2008

Cuestión de gustos

Me pregunto y he escuchado: ¿qué tienen de artísticos, o bonitos (porque se suelen mezclar viciosamente los términos) estos zapatos? ..

...y la pregunta me parece tan idiota, como ingenua y- por qué no- posible... Es cierto, no se le puede obligar a todo el mundo a tener los mismos gustos que uno, o las mismas sensibilidades, pero sí se puede tratar de hacer algo por sensibilizarnos... Esta es una obra de arte, tan subjetiva es su apreciación, que cualquier opinión que se pueda dar al respecto, me parece válida, mientras esté bien fundamentada (o fundada, como nos correigen por ahí...). Por lo tanto, sólo me queda decir, que es un pretexto, una excusa, una forma, un vía de sensibilización respecto pequeños detalles como los colores, la forma, el trazo, de un simple par de zapatos...feo, lindo, rídiculo, absurdo... da lo mismo, mientras se argumente...

Yo, por mi parte, argumento que me encantan todas las manifestaciones que rinden honor a lo cotidiano...que no buscan más allá, sino, más acá: aquí. En este caso, me encanta esta obra, justamente, por ser simple, por no ser pomposa ni extravagante; me seduce porque está aquí: en un simple par de zapatos, porque es capaz de demostrar el valor de lo cotidiano, de lo simple, porque busca dentro y no fuera, porque puede llegar a hacernos pensar en lo hermoso o mágico de un simple par de zapatos, que tantas veces lanzamos a un rincón de nuestra habitación, olvidando el brillo que pueden guardar, sólo si somos capaces de permitir en nuestros ojos, entrar ese brillo...

sábado, 24 de mayo de 2008